Terrorismo es una palabra cada vez más común y una teoría sociológica sobre el comportamiento sistémico y personal en el siglo XXI, cada vez menos teórica y más real.
El estado de terror y la ansiedad consecuente de nuestro día a día: Terror a perder la compostura, a sujetar un cigarro, a que te huelan los sobacos, a respirar con los pulmones, a dar un abrazo, a besar; terror al mar, a los ríos, a las serpientes y conejos saltarines, terror a la naturaleza.
Terror por lo de fuera, por lo de dentro, por lo que se avecina, por perder una zanahoria envenenada. Miedo a ser quién eres, a las respuestas, a la duda, a la gente, a tu familia, a tus propias manos. Miedo a morir y miedo a no vivir. Miedo a tu cuerpo, a los cuerpos.
Sin embargo…
Cuerpos estropeados, caídos hacia la tierra, con las uñas rotas y heridas infectadas en las manos, hurgan en la basura de alternativas posibles a este terror tan dañino. Se tratan de Cuerpos en Resistencia, cuerpos que barajan posibilidades y cachos de ternera reciclada de un contenedor en crisis a partes iguales, que disputan colectivamente las piedras, la sangre, el barro y el maíz de esta sociedad Matrix, que no se sientan a la sombra de un árbol seco.
Cuerpos cargados de historias, experiencias; roturas de años de caos y batalla.
Cuerpos degenerados que luchan por resistir, por limpiarse, por olvidarse de quiénes deben ser y llegar a ser lo que son. A costa de todo, de todos. Si no es así, no funciona. Y lo saben.
Cuerpos biolentados y agredidos que despiertan una noche de verano para volar más allá de las antenas.
Organismos afectados y bio-lentos (parafraseando a Colectivo Mierda) que sin temor a perder más, generan símbolos, acciones y movimientos para transformar el terror social en imagen irracional cargada de sentido.
Moléculas gaseosas en continuo choque y constantemente perseguidas por un tipo con un cazamariposas marrón y anteojos.
Trozos de carne y sangre que sólo palpitan con un órgano.
Voces y técnicas antiguas de concentración y alquimia bajo rostros llenos de sol y pies descalzos.
Presencia de árboles plantados en territorio de levante y punto fijo.
Cuerpos con la vida de escalón y delincuencia, de trapos tendidos al sol y noches de borracheras y gritos.
Cuerpos que conociendo la pasión sobreviven con su alma limpia, entera, con el rostro rajado de arrugas y el corazón plagado de posos de café amargos, con la palabra acostumbrada al silencio y al ruido, con sus frases escasas y certeras, con su verdad exacta, sin máscaras ni formalismos, sin agresividad ni chulería, frases que sueltan mientras tú ríes tontamente, que caen sobre ti y te aplastan, te bajan el cuello y te llenan los ojos de una verdad que pesa tanto como la marea y su bamboleo.
Cuerpos que te invitan a seguir, a estar, a creer quién eres, a disfrutar de quién eres, a agradecer a aquellxs que te regaron y regalaron su amor con condiciones tan benignas como ignorantes sus corazones.