A la luz de las velas, la Karpinteria se vistió de gala. Harry Bird and The Rubber Welleis y su canto a la naturaleza folk, fueron su hilo musical y un montón de pajarillos, sus acompañantes.
Por las ventanas, la tormenta y sus rayos, el gris que penetra a ráfagas haciendo el espectáculo aún más mágico. Algunos susurros de amor y diversión, de bienestar y locura, de pasión contenida para no entorpecer.
El violín rasgando el aire, la voz volando de oreja a nariz, los pulmones de cincuenta personas respirando a la vez la belleza de un momento único.
Las latas de birra en mano, el humo matizando la atmósfera, los sillones repletos de cuerpos tranquilos y cómodos, Harry and the Birds armonizando la estancia.
Se escuchan suspiros lejanos, alguna lagrimita cayendo, una puerta que se entreabre, el porterillo y su rugido, miro a mi alrededor, y compruebo que todxs estamos en el mismo barco, que todxs los aquí presentes necesitamos lo mismo, que nosotras, las histéricas, podemos ofrecerlo.
Y de repente creo en la ternura, en el dar y recibir, en sentir la presencia de seres desconocidos y sentirme parte de ellxs; ser un átomo de su esencia, de su verdad, de sus vidas. Encuentro la facilidad de romper las fronteras convencionales y malqueridas y la necesidad de embarcarme con el mundo entero en esta travesía que dirige el universo.