Apuntes para una lesbianización del teatro
“El artista no es capaz de copar el poder ya que insiste en hacer lo que quiere, el modo en que quiere y cuando quiere”
Louise Borgois, 1972
Apuntes para una lesbianización del teatro debería ser un manifiesto por su carácter libertario y desfachatado de estilo. Y sepan disculpar, es una decisión política que he tomado hace un tiempo. En mi tránsito por congresos y otras instancias académicas, reconocí una y otra vez que es más importante los aspectos formales que aquello que se logra pensar, y que son normas de estilo y vocabulario correcto, las que constriñen el pensar y reproducen la violencia epistemológica colonial a la que intento, al menos en mis clases, obras y otros escritos, no quedar atrapada. Entonces, esto se presenta aquí no tanto como un paper, sino como mi manifiesto.
El teórico nortemaricano Jack Halberstam dice “Los manifiestos de Carl Marx a Valerie Solana han jugado tanto con las posibilidades utópicas como con proponer un plan de acción. Para Marx el plan era que los trabajadores del mundo se levantaran y tomaran acción en contra de aquellos que se enriquecían con su trabajo. Para Solanas, el manifiesto fue una proposición modesta: un contrato con las futuras generaciones de mujeres que debían salvarse de las inequidades del patriarcado a traves de cortar con los hombres”. La lesbiana Valerie Solana, ha escrito el radical Manifiesto Scum, y debería ser famosa por ello y no por el tiro que le pegó a Andy Warhol, pero la historia es escrita por los exitosos.
Tal como propone Jack Halberstam este trabajo se presenta en un doble juego. Primero analizo el dispositivo teatral contemporáneo como una máquina heterosexual, de producción y reproducción heterosexual, binaria y jerarquizante como estado de situación. Y en un segundo momento, realizo un esbozo utópico de lesbianizar esa máquina a partir de nuestras prácticas vitales como posible plan de transformación.
El teatro contemporáneo tiene sexo
No solo las personas tienen sexualidad, las instituciones, los discursos, los fenómenos sociales, las casas, los muebles, las obras de arte, la ropa, la tele, en fin, todo tiene sexualidad. El dispositivo de la sexualidad está funcionando allí donde no lo vemos y lo peor, no hay modo de escaparse. Por supuesto, el teatro no es la excepción. El dispositivo de la sexualidad, según el Foucault de la Historia de la Sexualidad I, logra su omnipresencia a fuerza de que se oculta, de que no explicita su función concomitante, abarcadora de todo. No dice “ey! Yo aquí, soy la historia del teatro universal cis, heterosexual, blanco, capitalista, de sujetos discretos que deja fuera a medio planeta”. No, claro, sólo se pronuncia universal o contemporáneo y desde ese recorte, introduce el borramiento de aquello que excluye: produce activamente una hegemonía a fuerza de que logra hacer desaparecer o volver ininteligible los restos de su recorte. La alta eficacia del dispositivo de sexualidad está justamente en no evidenciar lo que hace, en no expresar sus exclusiones. En palabras del francés “Su éxito está en proporción directa con lo que logra esconder sus mecanismos”. El cinismo del dispositivo de la sexualidad está en que produce activamente una omisión como si fuese natural, se alza como único y totalizador, no tiene por qué aclarar nada ya que instala su norma normal y así las instituciones, los discursos, los fenómenos sociales, las casas, los muebles, las obras de arte, la ropa y obviamente, el teatro, no son expuestos en su condición hetero.
El teatro contemporáneo es heterosexual aunque nos incluya
Cuando digo que el teatro es heterosexual no me refiero a la orientación sexual. Hablo de la heterosexualidad como una matriz de inteligibilidad que separa a varones de mujeres con una diferencia jerárquica, que asume que a cierta genitalidad le corresponde una identidad de género y un deseo por el sexo opuesto, que refuerza la división sexual del trabajo donde las mujeres ocupan el lugar de bellos objetos de escena y los varones toman decisiones. Un teatro que escribe y reescribe la misoginia tanta en las relaciones humanas de las compañías teatrales como las que se muestran en la ficción. Malas, histéricas y vengadoras o bellas, madres y acompañantes. En suma, naturaliza que si tomamos decisiones somos victimarias pero si ocupamos el lugar de objetos maleables somos bienvenidas, aunque posiblemente maltratadas.
Al mismo tiempo, cuando afirmo que el teatro contemporáneo es heterosexual me apoyo en la experiencia de trabajar en un medio gráfico, donde tengo que rastrar esbozos de disidencia sexual en la escena porteña. En ese trabajo me encuentro una y otra vez con que los personajes de mujeres que aspiran a salir de esa dicotomía básica de buenas esposas o malas madres, los personajes fuertes resultan vengadoras al estilo masculino, una suerte de inversión del héroe masculino en cuerpo de mujer. Y si hay personajes homosexuales o lesbianas, si de casualidad existe algo cercano a lo trans, siempre emerge desde un punto de vista asimilacionista. Por corrección política, las ficciones que he visto los últimos tres años no se cuestionan el régimen al que suscriben. Asimilacionista en el sentido que el orden no se pone en cuestión, ese personaje se asimila al heterosexual. Esto no es un hecho aislado en el teatro, “la tolerancia a la diversidad” supone que alguien tolera, es decir que tiene el poder de no hacerlo también ya que impone sus criterios de aceptación. Por asimilación se nos incluye en las publicidades y en las leyes, se festejan la participación de lesbianas trans en el ejército israelí para perpetuar el genocidio palestino. El asimilacionsimo el que nos ofrece la marca Mattel con su nueva muñeca de lujos como la Barbie lesbiana, o ponen en el teatro una peli de chicas re lindas que se aman por primera vez. El asimilacionismo, ha contribuido a ampliar esterotipos, en el orden de la representación parece mejor que el vacío completo. Pero también es pinkwashing, un lavado de cara con la bandera multicolor para seguir con el aparato de opresiones. El sistema ha deglutido, fagocitado también identidades lesbianas, gays, o trans y no parece haberle caido tan mal como para vomitarlas.
Igualmente, como una persona que escribe para la prensa gráfica también reconozco que mis reseñas teatrales con personajes o temática lgbt pueden ayudar a difundir una obra y generar un mayor afluente de público. En ese sentido, siempre quiero y querré que el público vaya a hacer teatro. Que vaya, aunque sea malo. Y lo mantenga vivo.
Ahora bien, lesbianizar el teatro sería tomar las propuestas del activismo lésbico para redefinir nuestro quehacer espectacular. En este sentido, me inscribo en una genealogía de pensadoras, artistas y activistas que además de desear a otras mujeres, lucharon en su condición de mestizas, negras o blancas anti-coloniales, cuando digo activismo lésbico hablo de las alianzas intrínsecas con el anti-liberalismo económico, expansionista y extraccionista. Me refiero a decolonialas, anti imperialistas, críticas del humanismo, amigas de los animales y vegetales, también de máquinas Cyborg, punk, droga y reconocimiento de las vergüenzas.
Las armas de las débiles
Un teatro lesbiano sería por definición, precario. Casi cualquier cosa lo puede derribar. Porque todo es mucho más enorme que su existencia casi ilegible. Las relaciones están a punto de morir cada vez, las marcas de su ruta no aparecen, no se conocen.
Lesbianizar el teatro no es lo mismo que un teatro de lesbianas o para lesbianas. Existen algunos pocos grupos –en Londres y NY especialmente- de teatreras activistas lesbianas que hacen puestas en escena con temática de visibilidad. Pero lesbianizar el teatro contemporáneo es mas bien hacerlo consciente de su carácter precario y la necesidad de generar lazos entre sus miembros desposeídos a modo de viabilizar su supervivencia.
Lesbianizar el teatro supone que no haya jefe ni padre ni certezas inamovibles.
Lesbianizarlo es no competir por el poco público, los pocos premios, las pocos medios que recepcionan, sino asumir que somos un conjunto de fracasadas que hacemos lo que se nos da la gana.
Un teatro lésbico sería consciente de que no le importa a casi nadie. Que está en peligro y amenazado por las industrias culturales y el propio Estado.
El teatro lésbico no tematiza necesariamente sobre el “ser lesbiana”. No es un teatro con temática. Es un modo de hacerlo. Sin embargo, por defecto crea personajes que no tienen modelos fácilmente reconocibles. No fetichiza identidades, arroja una perspectiva de vinculación.
Lesbianizar el teatro implica un apoyo al cupo de las excluidas, apoya la garantización de que los cuerpos feminizados tengan acceso a la producción de ficciones. Apoya en términos de reparación histórica, pero no es su propia búsqueda.
El teatro lésbico no es esencialista, no abraza a cualquier mujer por el hecho de serlo. Tampoco a las lesbianas.
El teatro lésbico es separatista, en el sentido que aquellas personas que no admiren o entiendan el lesbianismo feminista, aquellas no se preocupan por cuestionar sus privilegios o revisar el lesbo-odio internalizado, no podrán hacerlo.
El teatro lésbico no admite de ningún modo el maltrato. Ni por método de actuación, ni en las dinámicas grupales, ni en relación con las instituciones, ni con los teatros independientes ni con su público. Esto no supone que no se pueda volver en su conjunto una máquina de violencia contra sus enemigos.
Lesbianizar el teatro supone habilitar canales de diálogo. No se necesita persuadir, ni convencer, ni hacer bajar la resistencia por métodos extraños de apertura del inconsciente o agotamiento físico.
En el teatro lesbiano el rol de la dirección no es contener, reconducir la histeria, liberar el inconsciente, etc. La dirección ofrece todos sus saberes acerca de la obra del mismo modo que se espera que el resto de los y las integrantes actores pongan sus conocimientos.
Lesbianizar el teatro es derrocar paradigmas instalados. Por ejemplo, que los actores y actrices son títeres o marionetas de su director o directora, que las puestas son como pinturas, o las obras son hijos de sus creadores y creadores. Estas comparaciones no serán admitidas. El teatro tiene su propio lenguaje, no requiere de eufemismos para ser comunicable. Si aun faltan códigos para que las experiencias sean comunicables pues se seguirá trabajando para crearlos.
Lesbianizar el teatro supone ir hasta donde cada quien puede. Si no hay concordancia entre lo que se espera y se dispone ofrecer, no tensa la cuerda. Se abren los caminos y viene la separación.
La separación, los reemplazos, la búsqueda de nuevas personas es constitutiva. Nadie se imagina que es único/a ni irremplazable.
El reconocimiento o éxito no se traduce en dinero, fama, premios o festivales. El reconocimiento se mide en la posibilidad concreta y real de disfrutar –no sin dolor- de hacer lo que cada una desea.
Lesbianizar el teatro implica no dejarse llevar por la subjetividad cliente. Hacer lo que cada una desea no es equivalente a exigencias cuentapropistas de demandas inmediatas, ni el confort, ni a ningún otro tipo de fortalecimiento de narcisismos devoradores de alteridad.
El director o directora no oficia para calmar la ansiedad individual a la que la sociedad nos expone así como tampoco los diseñadores de luz, sonido, escenografía, vestuario y actores y actrices serán meros instrumentos para el enriquecimiento simbólico o económico de un/a director/a.
Lesbinizar el teatro propone dejar en claras las condiciones iniciales del quehacer. No deja nada demasiado liberado a lo que pinte, porque lo que pinta por lo general, lo destruye.
No busca ser simpático, ni divertido para todo el mundo. La seriedad de las mujeres y lesbianas no se identifica como carencia de sexo, sino como ocupación por la labor concreta.
El teatro lésbico aspira a que haya más de dos opciones entre las que elegir.
El teatro lésbico asume el conflicto como hecho constitutivo de la existencia. No le huye, lo gestiona.
El teatro lésbico aprendió que no todos los problemas tienen la misma importancia ni se los trata de la misma manera.
El teatro lésbico reconoce el lesbodrama como tal. Sabe diferenciar un llanto de una tragedia, una tragedia del maltrato, el maltrato de una decisión.
El teatro lesbiano respeta las resistencias y los traumas de cada persona, no quiere ir más allá.
El teatro lésbico no busca la trascendencia porque no cree en ella. El teatro lésbico adora la soledad y a los gatos.
Las mujeres y lesbianas del teatro contemporáneo no serán juzgadas por apropiarse de la masculinidad, al contrario, serán más deseadas por ello.
El teatro lesbiano por todo esto es y será siempre un fracaso.